viernes, 26 de septiembre de 2008

Se fue.





Ayer se fue y hoy abro los periódicos para ver si encuentro la noticia, pero evidentemente lo que es importante para mí no le interesa a los demás

 

Este texto, me debo quitar el sombrero ante Jorge Bucay por agregar el siguiente cuento (que he resumido) a su libro 20 pasos hacia delante, y lo subo para todos aquellos que tienen un ser querido lejos.

 

Marie era una niña de once años, que vivía en una vieja casa parisina. Desde que el frío se había hecho sentir, ella empezó a quejarse de un intenso dolor que sentía en la espalda que se volvía intolerable al toser, cuando el médico fue a verla le dio a su madre el diagnóstico que más temía: tuberculosis.

 

Entrado enero, el invierno se volvió mas y más frío, y con ello la niña se agravó. Más de una noche un ataque de tos terminó con un vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la jovencita y de su madre, una mañana al volver de las compras, la madre encontró a Marie, con la mirada perdida de cara el ventanal.

 

Nada tenía que ver ya esa niña, Marie que ella recordaba de apenas unas semanas atrás.

La madre se acercó a preguntarle como se sentía esa mañana y la niña le dijo que tenía mucho miedo de morirse. La madre la abrazó, con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su pecho, tratando de que si hija no se diera cuenta de que lloraba, la niña señaló hacía el patio y le dijo:

-       Mira mami, ¿ves esa enredadera en la pared, del edificio de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas, algunas más verdes, otras más amarillas. Mírala ahora que pocas hojas le quedan. Acabo de pensar que cuando la última de las hojas caiga, mi vida también llegará a su fin.

-       No tienes, que pensar en eso –le dijo su madre- en primavera de todas las enredaderas surgen nuevas, hojas y la vida verde vuelve a nacer

-       Pero son otras hojas… - pensó la jovencita sin decirlo.

 

Una mañana la madre descubrió a Marie, mirando hacia arriba el edificio de enfrente, y sin decir nada se acercó para ver que es lo que le interesaba a su hijas, y descubrió que se tratada de un joven pintor, con varias pinturas de París.

 

Esa misma tarde, la madre cruzó el edificio y llamó a la puerta del pintor. Cuando el joven artista abrió, le contó que es la madre de una niña que vivía en la planta baja, en el edifico de enfrente, le dijo que parecía una grave enfermedad y lo que el médico había dicho.

 

-       Lo siento mucho señora –dijo el pintor-  pero no entiendo para que ha venido a contarme todo esto

-       Vine a pedirle, que se acerque a darle algunas clases de pintura a Marie, a ella siempre le interesó el arte. Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con Marie, yo le pagaré lo que pida. Su vida, quizá dependa de que usted acepte mi encargo.

 

No por el dinero sino por la pena que le daba la imagen de la niña que ya había visto desde la ventan el joven artista empezó, a bajar un día si y otro también a casa de Marie, llevando consigo algunas telas, carbones y colores, para hablar de pintura y hablar con la joven para que utilizara su tiempo en cama para dibujar y pintar.

 

Una tarde, cuando el pintor bajó a verla Marie lloraba en su cama.

 

-       ¿Qué sucede ma cherie? – Marie le contó de su relación con la enredadera y luego le dijo

-       Ayer, después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas hojas cayeron. Cuando la tormenta pasó, conté las hojas que quedaban, de las miles, sólo quedan 28. Sé lo que es significa: “si se cayeran todas hoy, no habría un mañana para mi” – le pintor intentó convencerla de que esa asociación era una tontería: La vida seguirá de todas maneras, le dijo

-       No debes pensar, así tienes que practicar las escalas de colores y de dibujar las manzanas que te pedí, sino nunca llegarás a exponer. De hecho , gracias a haber practicado mucho en mi vida, me ha llegado una invitación para exponer en América.

-       ¿Te irás? – preguntó la niña

-       Volveré en mayo, como muy tarde – le dijo el pintor – ahí si has practicado iremos a pintar en la campiña, recorreremos los museos, y te enseñaré a pintar al óleo

-       Aparte, no sé si estaré cuando regreses, pintor, todo depende de la enredadera.

 

El artista la abrazó y prefirió no hablar de esa fantasía, sólo la besó en la frente y le dejo indicaciones de que hacer hasta que el regresara.

 

Desde ese día, cada mañana la niña controlaba desde su ventana, la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada mañana sentía un agudo dolor en el pecho cuando veía que durante la noche, alguna de sus acompañantes había caído para siempre.

 

-       ¿Qué pasa, hija?

-       Mira, mamá – señaló por la ventana – solo quedan tres hojitas, una abajo junto al cuadro, otra a la mitad de la pared, y otra arriba de todo, al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo mamá

-       No te asustes. Esas hojitas van a aguantas, son las más fuertes. Sólo faltan dos semanas para que llegue la primavera.

 

Una noche de febrero en medio de una tormenta de viento y lluvia, la hoja del miedo se soltó y voló lejos. Marie no dijo nada pero redobló sus rezos para pedirle al buen Dios que protegiera sus hojitas.

 

-       Mamá – gritó una mañana – mamá ven

-       ¿Qué pasa hija?

-       Queda solo una, mami, me voy a morir, mami, me voy a morir, por favor abrázame tengo miedo mamita. Mucho miedo.

-       Hay que tener fe, hijita - dijo la madre tragado saliva, y reprimiendo el llanto de su propio miedo, además faltan pocos días para la primavera y todavía queda una hoja.

-       Pero hace rato, la vi. temblar, tápame mamá tengo frío.

 

Pasaron los días y la hoja aguantó

 

Hasta que una mañana, mientras Marie, miraba su esperanza vio que un rayo de sol iluminaba, la hoja y descubrió que a su lado y más abajo en la enredadera pequeños botones empezaron a aparecer.

-       Mami, la hoja ha resistido llegó la primavera ¿No es maravilloso? – su madre la abrazó

-       Si hija es maravilloso

 

En una de sus primeras salidas, corrió al edificio del pintor, la casera se sorprendió de verla, no era normal que la gente sobreviviera de la tuberculosis.

 

-       Me alegro de que estés bien, tu amigo pintor, no ha vuelto pero asegura que en unas semanas lo tendremos por aquí, mandó esto para ti – sacó una carta para ella:

“Hola Marie, tal como ves, todo ha pasado para cuando leas esto faltaran días para retomar nuestras clases de pintura, he comprado nuevos colores y pinceles así que quiero regalarte los que fueron míos, dile a la casera que te abra mi departamento y llévate mis cosas. Práctica mucho, recuerda las manzanas y las escalas de colores”

 

La niña saltaba de alegría, subió por sus cosas una vez así se acercó a recoger el atril que estaba junto a la ventana, mirando hacia fuera vio desde arriba su propia cama en el edificio de enfrente, sin pensarlo, Marie abrió la ventana e instintivamente, buscó a su amiga, la hoja heroica, la que aguantó todo.

 

Y la vio.

 

Ahí estaba en la pared a un lado, muy cerca del marco de madera de la ventana.

 

Ahí estaba, pero no era una hoja verdadera, era una hoja que había pintado su amigo el pintor.

 

Punto final.

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