sábado, 29 de mayo de 2010

Ser mexicano




“Tú ni has de ser mexicano”, me decía una señora en el módulo del Museo Nacional del Arte; en ese entonces tenía 14 años y asistí con mi libro de pistas de museos de la Ciudad de México, con todas las pistas resueltas e iba por mi premio sorpresa, pero me topé con la furia de una empleada al borde del colapso por la cantidad de gente que llegó y a pesar que todo llegó a buen arreglo y hasta tengo mi diploma dedicado, recibí un gran premio sorpresa, esa señorita, sin saberlo me regaló una gran incógnita para seguir buscando pistas durante toda mi vida: ¿Qué significa ser mexicano?


Ella argumentaba que no merecía mi premio porque no era mexicano, y es que siempre he sido alto, desde primero de primaria me tenía que formar atrás de la fila de piñata para poderle pegar y ese fue el argumento que ella sacó con tal de no darme mi premio, cuando escuché eso miré a mi alrededor y me llegó la primera pregunta, ¿Ser mexicano, tiene que ver con la estatura?, ¿Hay un promedio de altura máxima o mínima para nuestra raza? La respuesta a esa burda incógnita es no, habemos mexicanos de todas las estaturas pero la diferenciación, eso sí responde a un complejo que en algún momento decidimos adoptar; si bien la raza azteca eran robustos y altos, vieron a los españoles como un ser poderoso, una bestia que iba encima de otra bestia, pues aquí no conocíamos a los caballos y aprendimos a mirar hacia arriba, temerosos, aún en día sin ser extremadamente alto, los chamulas me clavan su mirada y me preguntan que para que demonios compro maíz. Ellos tampoco creen que sea mexicano.


Al descartar el factor, estatura, mi siguiente elemento a estudiar, era el valor, que existe en el macho mexicano, el valor que existió en Las Adelitas y en las madres solteras de hoy, el valor que nos hace comer chiles y es más hombre el que se lo come con menos mordidas “como chingaos no” y tampoco es algo que compartamos todos, retomo Chiapas como ejemplo, siendo un estado rico en tradiciones y en cultura indígenas, cito estadísticas del INEGI:


Chiapas, como otros estados del sureste mexicano, tiene una composición pluriétnica y pluricultural. Según el INEGI (2005), 957.255 pertenecen a un pueblo indígena en Chiapas.

El 81,5% de la población indígena se concentra en tres regiones: los Altos, el Norte y la Selva.


Con una diferencia de pocos kilómetros conviven estas culturas que en sus tradiciones guardan secretos y respuesta perdidas a las preguntas que ya nadie quiere hacer y solamente quiero resaltar las actitudes de 3 grupos indígenas en particular:


Primero. Los Chamulas, que se adueñaron de lo que quisieron imponer los españoles y hoy en día en la iglesia de San Juan Chamula, practican sus rituales y matan gallos, después de quitar el mal, frente a los santos de las tradición católica; embriagados, con miles de veladoras en el suelo.


Segundo. Los indígenas de Zinacantán, los que se han adaptado; a diferencia de los Chamulas, ellos aceptan al padre católico, que oficie la misa, y les prohíba matar gallo en la iglesia, y no sólo eso, están al tanto de cómo se mueve la economía pues su forma de hacer negocio es no venderte nada, sino más bien, regalarte todo, invitarte a su casa, a que pruebas las tortillas, veas como hacen artesanías, se dejan tomar fotos y al final dejas lo que consideres.


Tercero. Los que se extinguieron y no aceptaron someterse a los españoles, quienes se enfrentan a los conquistadores españoles, primero en 1524, encabezados por Luis Marín y luego en 1528, cuando Diego de Mazariegos cree haberlos vencidos, en la batalla del Cañón del sumidero, surgió la leyenda del sacrificio de los indígenas, que se aventaban desde la cumbre del Cañón ante la posibilidad de la esclavitud.


l valor en el mexicano, en la mayoría es cantado, se vive en los millones de empujones previos al golpe verdadero, pero el valor en el mexicano, desde los indígenas, responde a un sentimiento aún más profundo que la satisfacción de vencer a otro, o a otra. Lo que le da sentido al valor es la identidad. Sí somos concientes de los rasgos que nos diferencian de los demás como nación o simplemente como individuos entonces nuestro valor tiene una causa mucho más profunda y para hablar de la identidad me tengo que remitir a “El laberinto de la soledad” del gran Octavio Paz:


“El mexicano no quiere o no se atreve a ser el mismo” Demasiados fantasmas lo habitan: la conquista, la colonia, la independencia, las guerras contra Francia y Estados Unidos “nuestro buen vecino”, demasiados abandonos por parte de los dioses. Sin embargo, los mexicanos tenemos una manera de exorcizar a nuestros demonios. Un grito es suficiente para afirmarnos ante lo exterior, ante los demás: ¡Viva México hijos de la Chingada! Y ¿quién es la Chingada?, ¿a quién o quienes se dirige tal grito de guerra? No es casual por supuesto, que el 15 de septiembre, aniversario de la independencia, todo México, embriagado de seguridad y orgullo, lo grite. Y tampoco es casual que la figura materna, por un lado falsamente respetada, sea el blanco de la agresión.


Nos refugiamos de estos fantasmas en el tequila y en la música, el mismo bálsamo para curar las penas de amor y que perdió la selección mexicana o paradojicamente ese bálsamo también es el elixir pues para todo hacemos fiestas; vuelvo a citar a Paz:

“Las Fiestas son el único lujo de México”. El mexicano derrocha esperando que el derroche mismo atraiga a la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta.


Lo importante es que, durante la Fiesta, “todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños”. La gente se burla del clero, de las instituciones, del ejercito y hasta del mexicano mismo.


He visto esa actitud en todas las partes del mundo donde me he encontrado un grupo de mexicanos; recuerdo una vez en París, un grupo de mexicanos que me ofrecieron el calor de su amistad con una botella de tequila para hacernos compañía, mientras cantábamos “México lindo y querido” abrazados a la hora de cantar “Sí muero lejos de ti, que digan que estoy dormido…” el mariachi, las letras, el llanto contenido en la música mexicana, la enjundia de las porras son un buen acercamiento a la identidad nacional, así como un brasileño la samba lo remonta a su tierra, a nosotros un buen mariachi nos regresa al beso de la abuela, al bolillo sopeado con el chocolate, a los rehiletes, a los baleros, a los campesinos, a toda la nobleza que tienen nuestros compatriotas y la impotencia que nos da el descarado engaño con el que nos han traído a través de los años; una identidad golpeada y desdeñada por el “mojado” o local, que se pinta el cabello de güero, a pesar del marcado contraste con su piel, pero que se sigue encomendando a la morenita del Tepeyac.


Unos pueden pensar que responder a la pregunta que nos une con la palabra el día de hoy, sería: ser mexicano es tranzar para avanzar, pero tampoco es demostrar que se es más “chingón” si logro que me faciliten el trámite o irme limpio sin la multa, sin entender en el fondo que nos sigue llevando la chingada y para entender a esta entidad, vuelvo a citar a Paz:


La Chingada, es la mujer abierta, violada, es el resultado del conquistador, penetrando por la fuerza a la mujer indígena. Sin embargo, los hijos de la Chingada son los otros, los no mexicanos, los malinchistas.


La Malinche, encarna al mito, nadie en México le perdona su colaboración con el invasor y también, nadie en México negaría a la Virgen de Guadalupe su lugar como madre suprema de todos los mexicanos; seres provenientes de la soledad “fondo de dónde brota la angustia y que empezó el día en que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil”. Tonantzin, la virgen india, es la madre que vino a cuidarnos de nuestra orfandad.


Y Así, la Chingada y la Virgen de Guadalupe, ambas figuras pasivas, representan el amor -odio del mexicano hacía sí mismo.


Al gritar, ¡Viva México hijos de la Chingada! Continuamos gritando nuestra voluntad de cerrar los ojos al pasado.


Tranzar, sigue respondiendo a engañar a los españoles con sus instituciones y con su dizque civilización que por la fuerza quieren que sigas, y brota nuestro antepasado, pisoteado que encuentra una gran oportunidad, para salirse con la suya.

Muchos mexicanos, como los “políticos” ven solamente por ellos, por librarla uno, no por que la libremos y salgamos todos.


Como podemos ver, ser mexicano, implica muchas cosas, definitivamente no todos somos el kiosco en domingo, que nos dice el gobierno federal, pueden haber muchos estudios o acercamientos para entender a nuestra raza, entiéndase que este no es uno de ellos, es un acercamiento personal sobre lo que puede significar ser mexicano para mi, un acercamiento personal, que al final del día es a nivel individual donde se debe hacer esa comunión con el pasado, con el presente y con el futuro que forjamos.


He visto miles de comerciales y vendrán más campañas, una de ella, preguntaba ¿qué le puedes regalar a México? y creo que el mejor regalo para nuestro país sería hacernos esa pregunta, todos nosotros; “El hombre es el único ser que se siente sólo y el único que es búsqueda de otro”, diría de nuevo Paz.