
Desde el poema de mi buen amigo Javier/Aureliano/Monk pero sobre todo Bri, que tituló: “A ustedes que mueren en lo alto” un poema preciso y absolutamente hermoso que nació de ver las burbujas en su vaso, me grabó la imagen de la fragilidad de una burbuja y de su atrevimiento a volar si sabe que va a morir reventando en el aire.
Y el trabajo de mi Bri, inspiró este texto.
Los capitalinos somos más propensos a problemas cardíacos, según reza un estudio de reciente publicación y el crucero de Reforma con Insurgentes es uno de los más pesados todos los días, a la gente le pesca el alto a la mitad del crucero, interponiéndose al camino de todos, sólo ganando mentadas de madre, yo tuve que meterme al carril del metrobus, para esquivar a un loco que se pasó el alto y casi me lleva de corbata, y que decir de los peatones que deben de pasar los mismos sortilegios.
Pero a un vendedor se le ocurre echar burbujas en la esquina, no lo hace por amable, lo hace para vender su ventilador que dispara burbujas y éstas vuelan por el cielo se estampan para desvanecerse en los autos, en el rostro de la gente y sucede algo mágico… surge una sonrisa, brota lo bello de tocar una burbuja, que aunque es de aire, nos gusta tocarlas para probar si son reales, para probar si no vemos ilusiones y aunque sabemos la respuesta, lo hacemos, y ellas chistan y desaparecen, rápido, tardan más en llegar que en lo que las reventamos.
Nunca he visto vender al vendedor, le convendría más vender cigarros sueltos al pobre, pero sigue haciéndolo, sigue recordándole a la gente a la mitad de ese ajetreo lo sensible que somos, nuestra fragilidad, nuestras aspiraciones de volar, nuestro deseo que aquello que nace para nosotros nos encuentre, aunque lo hayamos dejado de buscar.
En las horas del tráfico, siempre procuro pasar por Reforma y ver a esas burbujas, unas me tocan, otras no, pero paso para recordarme que si es para mi, algún día me tocará.